martes, 21 de junio de 2011

Carta abierta al Museo de los Niños


Recuerdo que desde que tenía 5 años, por allá por el año 1985, mi paseo preferido era ir al museo de los niños, en más de una ocasión no pude entrar porque ya había ingresado al museo la cantidad máxima permitida por seguridad, en ese entonces 600 personas, para evitar la decepción mis padres cada vez que planificábamos una visita al museo compraban la entrada la semana anterior o reservaban vía telefónica.

A pesar de que las exhibiciones eran las mismas, en cada visita aprendía algo nuevo, gracias a la motivación que recibía en casa y por la pedagogía de los Amigos Guías, que siempre me parecieron una mezcla entre profesor y mago, "ellos lo saben todo" solía pensar cada vez que les hacia una pregunta sobre las maquinas simples, sobre las ilusiones ópticas, un ecosistema, la electricidad, mil temas, ellos siempre tenían una respuesta que me llenaba de satisfacción y que me era fácil de entender a mi corta edad.

Luego fui creciendo y mis preguntas también, por suerte para mí cuando tenía 13 años el museo creció, creció conmigo, recuerdo que mi madre me llevo a la conquista del espacio días después de su inauguración, mis preguntas ya eran más difíciles como las manchas del sol, la gravedad como un combustible podía ser sólido, "imposible" pensaba hacia mis adentros "si la gasolina es líquida" pero una vez más en el museo de los niños tenia respuestas a mi preguntas, luego fui creciendo y mis intereses cambiaron, pero nunca mi curiosidad, el museo de los niños había sido para mí mi primer museo, me motivo a tenerle amor a todos los demás museos "esos aburridos donde no se puede tocar" llevaba en mi esa eterna pregunta que nunca termina "¿ y por qué ?"

Hoy con casi 31 años fui al museo de los niños por primera vez con mi hijo, llame el dia antes para ver si era necesario reservar entradas, una voz del otro lado de la línea me tranquilizo diciéndome que ahora tenian capacidad para 2500 usuarios.

La verdad no se quien estaba más emocionado, si él o yo. La nostalgia me invadió apenas vi la esfera de colores que me recibía en la entrada, por un momento sentí que ella también me había extrañado. Luego de unos minutos disfrutando de la exhibición de la electricidad casera el amigo guía me indico que ya era la hora de mi función del planetario, hasta me hizo sentir un visitante V.I.P. ya en el planetario fue la misma emoción que tuve a mis 13 años y entre por primera vez, esa sensación de estar en una nave espacial, me dijeron que la función duraba 20 minutos, pero para mí fueron 20 segundos cuando mucho.

Más adelante en mi recorrido por el museo, mostrándole a mi hijo todas las cosas, transmitiéndole la misma alegría que tenía yo a su edad tocando todas las cosas del museo, vi con indignación que muchas áreas del museo estaban deterioradas, luego de pensarlo con calma, pase de la indignación a la tristeza, ya que ese deterioro es culpa de nosotros mismos los usuarios que no solemos tener cuidado con las cosas de este y otros espacios destinados a nuestro beneficio. Seguí mostrándole el museo a mi hijo, pero esta vez diciéndole que podemos tocar todo, pero con cuidado para que el museo nos dure a nosotros y a los otros niños que vengan a aprender. Entonces escuche unas palabras que me llenaron de emoción "Si papa, hay que cuidarlo porque yo quiero que vengamos muchas veces", me lo estaba imaginando como científico de la nasa o como doctor curando el cáncer. La verdad poco me molestaría si no cura el cáncer, siempre y cuando pueda pasar junto a él un dia completo dedicado a responder todos los “¿y por qué?” que surgan en su mente, despues de todo, es como dice un cartel que lei en el museo de los niños “aprender es divertido”.

Alejandro Rodriguez.